sábado, 15 de noviembre de 2008

El Valle de la Libertad, de Victor de la Serna

En Laciana es muy conocida la expresión de "Laciana, Valle de la Libertad". Pero, ¿de dónde viene ésta expresión?. A continuación mostramos el artículo de Víctor de la Serna, tal y como se publicó en la revista El Calecho en su nº11 (1985/86), reedición a su vez del original del 4 de Agosto de 1953 publicado en el Diario ABC de Madrid:

"Entre el Valle de Babia, que dejamos a nuestra espalda y el Valle de Laciana, hacia el que vamos, apenas ocurre accidente orográfico importante. Las ondulaciones de la subcordillera cántabro-astur son un poco más turgentes, la vegetación arbórea disminuye un poco, hay una ligera soledad y, de pronto, lo que ocurre es que cambia el sistema hidrográfico. En un espacio de unos hectómetros hemos pasado de ver el río Luna recién nacido en un hilillo que corre entre "nomeolvides" a ver el río Sil, que también nace. Hemos pasado de la cuenca del Duero a la cuenca del Miño.

Hemos entrado en el Valle de la Libertad. Y se entra a él por frente al Otero de las Muelas, un castro que apenas se percibe desde la carretera, hacia la izquierda. Es un castro que fue habitáculo de una "gens" astúrida, un grupo de hombres y de mujeres que para avanzar con sus hijos y sus animales hacia tierras más benignas, luchando contra fieras, contra una naturaleza tremebunda y contra otros hombres y otras mujeres afines o extraños, más fuertes que ellos, tenían que "encastrarse" y pasar entre unos muros toscos, en unas viviendas elementales, años y años, tal vez renovándose las generaciones en el mismo lugar durante siglos. Juanín Uría (para sus condiscípulos de hace años siempre será llamado así don Juan Uría, catedrático de la Universidad de Oviedo, y el hombre que sabe más de estas cosas de España) ha explorado golosamente el Otero de las Muelas, probablemente asolado y luego utilizado por los romanos como puesto militar en el paso hacia la comarca del Bierzo, Eldorado del César.

El paso del hombre tiene siempre, para quien no haya arriado la sensibilidad, una enternecedora versión. El secretario del Ayuntamiento de Laciana, un raro y extraordinario ser de quien se hablará, me enseña, con ternura de joven patriarca, las muelas de piedra para moler... ¿qué cosa? Lo más, centeno o escanda, cereales pobres, para el pan negro; tal vez, cebada, para la levadura de la cerveza, la bebida de nuestros abuelos (claro que también la beida de la glorieta de Bilbao y de los dividendos de las fábricas de hoy, que Dios conserve por igual, los dividendos y la glorieta). Pero lo más probable es que con estas muelas (el cerro toma de ellas su nombre) se molió bellota de roble para el hambre feroz de la tribu.

Pero yo me he quedado un rato con un breve instrumento de hierro entre los dedos. Un instrumento universal, eterno, que nace tal vez en las manos de Eva y que me hizo temblar y me puso en pie indecibles sentimientos pueriles, inefables ternuras de varón hijo de algo: era un ganchillo de hacer punto. Una mujer, una pobre y elemental mujer madre de un niño o esposa de un cazador manejó, hace miles, miles de años este punzón, este ganchillo que aún no ha cambiado de forma, que es igual, exactamente igual a ese que tú manejas, lectora, y que del corazón de aquella mujer hasta su punta redondeada llevó ilusiones idénticas a las que van de tu corazón, por el mismo camino, en la misma escala sentimental, a la punta del tuyo. Tú eres cien veces nieta de ella, eres como ella, aunque los hombres hayamos hecho, al través de tantos siglos, tantas cosas para que tú seas más hermosa. Pero no más mujer.

Sigamos compañero, que estas cosas acaban por pegar al terreno mucho y también podemos "encastrarnos".

La capital histórica del Valle de Laciana, es San Mamés de las Rozas donde aún se alzan los restos de la casa fuerte, hidalga y brava de los García Buelta, los caudillos de la libertad lacianiega.

Por el Norte, el Valle está guardado por las rupestres murallas de que sus torres la collada de Cerredo, el Cueto de Arbás, Peña Rubia y Peña Ubiña. Por el Sur, cierran le valle unas montañas más blandas y boscosas, donde abunda el haya, el abedul -de tronco como de hueso bruñido-, el avellano, el piorno y hasta el tejo (viejo y casi desaparecido monarca de la floresta cantábrica). El pueblo más importante del Valle es hoy Villablino, (atención a casa de Martiecho, buena cocina, un dos estrellas por lo menos). Villablino, meca de la Ilustración de la Montaña Leonesa, conserva su empaque académico rodeado de brañas y minas.

La braña y la mina son los polos sobre los que la vida de Laciana gira. La braña es la pradería natural, fresca todo el año, de un verde esmaltado y brillante cuando las praderías del valle están secas y cuando todos los pastizales de España son como de alambre. A la braña vienen a pastar ganados de Extremadura, de la Serena, de la Alcudia, los grandes invernaderos de la merina española, "totem" nutricio de la hispana gente. Las cabañas famosas de la condesa de Bornos, del Conde de la Oliva, de la Condesa de Castelar, de Antonio Pérez Tabernero, de los hidalgos de la Sena, del conde de Campos de Orellana, suben todos los años a engordar las brañas lacianiegas. He saludado a los mayorales, que son mis amigos, mis viejos conocidos de otros caminos, noble gente, hospitalaria después de que vencido el recelo que les ha nacido de tanto tratar hombres y lobos. Puede ser que ese mastín con la voz de trompa de caza me haya conocido. El debe de decir: "Esta casta de tipo le he visto yo en algún sitio y no hace daño" (Y es verdad, hermano mastín: no hago daño).

En las Ordenanzas del Concejo Real de Laciana, se prevén normas para la conservación de la pureza de sangre de estos perrazos, un poco lanudos, parecidos al mastín del Pirineo aragonés. Los "cuzcos" tienen que ser exterminados y solo se conservan los ejemplares hermosos.

La braña da todavía de vivir al lacianiego: entre San Glorio y Somiedo, a todo lo largo del condal astur-leonés, pastan unas 700.000 cabezas de ganado. Cada una paga -una con otra- a los pueblos propietarios de la braña, unas 40 pesetas. (Echa cuentas, compañero; y si no salen veintiocho millones de pesetas, es que tenía razón el profesor Mataix: ni tú ni yo servimos para ingenieros.¡Mira tú que suerte para la ingeniería española!).

Se conservan aún restos de los intentos feudalistas del conde de Luna en la existencia de los llamados "aros de vecera arriba", es decir, la parte más alta de las brañas, la coronilla, que por una increíble persistencia todavía constituyen una fuente de ingresos para unos señores que ya nada tiene que ver con los Condes de Luna, y que son sucesores de antiguos compradores al conde del discutible derecho a los "aros". En estética histórica, la cosa es bonita. Pero debiera ser meramente honorífica, ¿no cree usted, querido ministro de Agricultura?.

La mina fue aquí, hace siglos, la mina de oro. El Silo, como el Órbigo, arrastran oro. Sabe Dios cuantos millares de vida de esclavos cantábricos han costado las explotaciones auríferas de los ríos de la cuenca del Sil en manos de los romanos, ávida gente, que nos transmitió todos los ensueños de Eldorado y que, como nosotros, andaba por el mundo en pos de la cultura y el Derecho, por un lado, y en pos de lo que brilla con más mortales, pero con más fascinadores fulgores, por otro. Aún quedan las trágicas oquedades de las Médulas, los canales de desagüe, las galerías, las escombreras que dan idea de la agitación humana que pobló éstas montañas y las montañas del Bierzo hace muchos siglos, y que fueron anuncio de la agitación que en torno al oro negro, el señor carbón, las puebla ahora. Solamente en Villablino, hay más de 5.000 obreros, con sus capataces, ayudantes, ingenieros, administradores, que le dan a la población y al valle, en un medio tan idílico como el de las brañas, la versión moderna, un poco de Alaska pequeña, con sus cantinas, sus almacenes, sus salas de fiestas y sus mocetones duchados a las siete de la tarde, cuando la carretera esla Vía de la Ilusión para las mocitas.

Pero hablemos del "otro" Villablnio, el más curioso y extraño, el Villablino de la Ilustración. En la plaza del pueblo, una fuente mana agua clara. Tiene el nombre de Sierra-Pambley en el frontón. ¡Ay quien tuviera unos millares de fuentes como esta en la acalorada España! ¡Ay, compañero, quién las tuviera, para saciar la sed de éstas criaturas...! ¿Te acuerdas de los cinco hermanos pescadores de los Ojos del Guadiana? Sólo uno sabía leer un poco.-" Víctor de la Serna

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