miércoles, 5 de noviembre de 2008

Leyenda de D. Álvaro Buelta, Caballero de Laciana. Parte I

En Otoño de 1983, la revista lacianiega "El Calecho", en su nº2, publicaba un artículo que recogía algunos aspectos sobre la leyenda del caballero D. Alvaro Buelta, que aquí reproducimos.

Año de nuestro Señor de Mil Trescientos Cincuenta.
Fronteras de Andalucía. En la margen izquierda del río que llaman Guadarranque, muy cerca de su desembocadura, sobre la planicie que el mar limita por el sur, se levanta un campamento de tropas cristianas.
Al sudeste, la luna enciende destellos en las líneas de espuma que surcan la bahía de Algeciras. Más allá de las aguas, a lo lejos, se recorta la silueta del peñón fortificado al que las tropas castellanas y leonesas han puesto cerco.
Esa roca de aspecto siniestro fue el primer lugar donde, en tiempos del rey Don Rodrigo, plantó sus pies el moro Tarif Abenceid, después de cruzar el estrecho, para comenzar la conquista de España.
Ahora, transcurridos más de seiscientos años, los ejércitos de Castilla y León no están lejos de alcanzar la total reconquista de la península.
El muy alto príncipe y muy noble caballero, Rey Don Alfonso el Onceno, que así hubo de nombre entre los reyes que reinaron en Castilla y en León, ha ganado ya Alcalá la Real, Teba, Priego, Olvera, Cañete, Aymonte, Pruna, Matrera, la Torre del Alhaquí, Carcabuey, Rute, Zambra, Castellar y la Torre de Cartagena. Y también ha tomado la plaza de Algeciras, después de veinte duros meses de asedio. La Peña de Gibraltar, a la que los moros llaman de Gebel Tarif o Montaña de Tarif, también había sido reconquistada tiempo atrás y confiada su custodia a don Vasco Pérez de Meyra. Pero, en el año de mil trescientos treinta y tres, corriento tiempos de tregua, ocurre una derrota vergonzosa. Los cristianos que guardan Gibraltar se abastecen de pan blanco llegado de Castilla y Vasco Pérez de Meyra, vende parte de él a los moros a cambio de un gran precio de oro. Un día, creyendo Meyra que tiene bien seguro el aprovisionamiento, comercia con todo el pan que hay en la plaza. Enterados los moros de que en Gibraltar no queda trigo, ponen cerco a la fortaleza. Cuando el rey Don Alfonso tiene conocimiento de ello, acued presto a socorrerla desde Castilla. Mas nada puede hacer pues la encuentra entrada y, aunque la asedia, no la consigue recuperar.
Desde entonces, aflige el corazón del rey lo que él considera su mayor mancilla: el haber perdido la Villa de Gibraltar.
Y ahora, al fin, cuando corre la Semana Santa del año Mil Trescientos Cincuenta, los cristianos se encuentran a las puertas de Gibraltar una vez más...
Continuará......

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